sábado, 2 de agosto de 2014

Por favor, no me invites a tu boda

Odio las bodas. Cada vez que huelo una, hago uso de todos los medios a mi alcance para evitarla. De una forma u otra, he conseguido sortear un buen número de ellas, pero era cuestión de tiempo que acabaran pillándome en una, como así ha sido.



Antes de cargar las tintas, debo admitir que esta boda en particular me ha sorprendido gratamente. Es posible que me haya dejado deslumbrar por la novedad, no sé, pero me llevé mejor impresión que en otras, ya que se alejó bastante de aquello sobre lo que voy a despotricar en los próximos párrafos. Asimismo, la experiencia me sirvió para conocer ciertas peculiaridades de las bodas alemanas que me llamaron la atención en mayor o menor medida, como por ejemplo:
  • Unas semanas antes de la boda tiene lugar una tradición (Polterabend) que obliga a los novios a recoger los restos de objetos de porcelana —desde platos hasta tazas de váter— hechos añicos previamente por sus amigos.
  • Independientemente de que se celebre una boda religiosa, la que vale realmente es la boda civil, que obligatoriamente debe formalizarse con anterioridad.
  • El regalo se entrega el mismo día de la ceremonia tras la misma, cosa que puede ocasionar más de un traspiés a quien desconozca esta costumbre...
  • Hay personas que solo están invitadas a la ceremonia y otras al "paquete completo" (ceremonia + banquete).
  • Es normal que los invitados acudan con colchones para dormir tras la fiesta nupcial en una estancia común habilitada a tales efectos.

Dicho todo lo cual, paso al despotrique.

Quiero aclarar que no tengo nada en contra del concepto "boda" en sí mismo, si como tal se entiende, simple y llanamente, la unión de dos personas en matrimonio. Lo que no soporto es la insufrible sucesión de paripés en que la gente las convierte. Sencillamente me repugna.

La mayoría de las personas parecen tener la absurda creencia de que ese día no será lo suficientemente especial si no lo convierten en una sangría interminable de gastos. La parafernalia incluye flores, vestidos, fotos, peinados, anillos, coches, banquetes, orquestas, viajes... y un larguísimo etcétera de cosas. Todo pagado a precio de oro, por supuesto —aunque claro, eso no es problema cuando paga papá, como ocurre a menudo—. Francamente, si yo necesitase esos accesorios para casarme, reflexionaría seriamente sobre mis sentimientos antes de ir al altar.

Pero no conformes con esto, el dispendio se hace también extensible a los invitados. Y obviamente esto es lo que más me jode, ya que ahí es mi bolsillo el que sufre. Entre regalos, desplazamientos y chorradas varias, es indecente lo que cuesta ser invitado a una boda. Es la demostración palpable de que lo menos importante es el hecho en sí de casarse. Se trata de un acto de materialismo puro y duro. Todo dios quiere dinero como regalo. ¿Porqué coño tengo que soltar una cantidad ingente de dinero por ir a la boda de nadie? Amigo, si quieres casarte, cásate. Si además quieres disfrutarlo conmigo, pues bien. Pero joder, ¡no hagas de ello un ejercicio recaudatorio! Vas, te casas, nos tomamos algo juntos, nos divertimos y punto. De eso se trata. ¿O no?

La hipocresía comienza ya en el momento en que recibes la maldita tarjeta, con frases del tipo "...nos encantaría compartir con vosotros este día tan especial, por lo que os invitamos a la ceremonia y posterior banquete...".

Vamos a ver. Gran parte de los asistentes son invitados de compromiso, así que no me vengas con que quieres celebrar ese día con tu gente especial. Eso es una verdadera patraña. En esos eventos se dan cita decenas —cuando no cientos— de desconocidos —incluso para los novios—, sin mayor interés que el de beber y comer como bestias hasta no poder más. Yo entiendo una boda como algo íntimo donde, a lo sumo, debe acudir un selecto grupo de gente especialmente allegada, con la que realmente deseas compartir ese día, y que a su vez desea compartirlo contigo. Todos los demás sobran. Se supone que vas para compartir el día con los novios, pero en realidad es con ellos con los que menos estás. Terminas pasándote el día con una panda de borrachos que no conoces de nada.

Por otro lado, me hace gracia el uso de la palabra "invitar". Para empezar, son los padres de los contrayentes quienes suelen correr con los gastos de tan suntuoso festín —¡así cualquiera invita!—. Y aparte, teniendo en cuenta la pasta del regalo, los asistentes pagamos con creces nuestro cubierto. Así que, en realidad, somos nosotros quienes los invitamos a ellos. ¡Debería ser yo el que les enviase la tarjetita de invitación!

Así que, amigos míos, si tenéis planes de boda y queréis que lo celebremos juntos, de acuerdo. Pero si pensáis convertirlo en el circo habitual, por favor, ¡no contéis conmigo! Os lo agradeceré enormemente. Ah, y lo mismo aplica a bautizos, comuniones, etc.