sábado, 23 de noviembre de 2013

Alemanes: curiosos seres sin vergüenza

Son numerosos los indicios que apuntan a que los alemanes no están dotados de un gran sentido de la vergüenza. Su clásico modelito de sandalias con calcetines es quizá el más obvio de ellos , pero también en otros órdenes de la vida es remarcable su ausencia de tapujos y remilgos.

Una de las primeras cosas que me saltó a la vista en su día fue lo (dolorosamente) directos que son a la hora de discutir e intercambiar impresiones. No se andan por las ramas. Sueltan su opinión a bocajarro y no reparan demasiado en hacerlo con mucho tacto. Una escena que presencié en el trabajo hace poco me lo ha recordado.

Todo vino porque gran parte de los trabajadores están de uñas con la directiva a causa de ciertas decisiones adoptadas por la compañía. En medio de este ambiente "bélico", tuvo lugar una reunión multitudinaria a la que acudimos todos —cosa frecuente en muchas empresas de aquí—. Tras las explicaciones del mandamás, se abre el turno de preguntas y toma la palabra un empleado raso. Pues, ¡vaya rapapolvo le echó el fulano al mismísimo presidente! Le cantó las cuarenta y todo lo que le pareció oportuno, a lo cual le siguió un gran aplauso de aprobación por parte del respetable. Y a continuación se sucedieron otras intervenciones del mismo corte. Personalmente yo nunca he visto esto en España. De hecho, mi experiencia ha sido siempre al contrario. He oído mucha protesta inútil por lo bajini pero, a la hora de la verdad, poca gente expone sus quejas a la cara. Asimismo, pocos jefes aceptan críticas con esa crudeza sin convertirlo en algo personal, y he de decir que lo encuentro muy positivo.

Cambiando de tema, otra situación curiosa es una que tiene que ver con las invitaciones. Me ha pasado ya en un par de ocasiones, que distintos amigos me invitan a su casa a cenar y, sin ningún reparo, me piden que lleve comida. Es decir, cada uno de los asistentes lleva algo y así no recae todo el gasto en los anfitriones. Incluso en uno de los casos se celebraba un cumpleaños y el homenajeado me dijo abiertamente que, en lugar de regalos, prefería una ensalada (¡!). Para mí es una costumbre francamente chocante, que no me imagino en España. Vamos, lo que yo conozco es justo al contrario: ¿que vienen 10 invitados? Pues nada, preparamos comida para 20 por lo menos... No hacerlo así sería una deshonra.

Tampoco existen miramientos con respecto a ofertas, promociones y vales descuento de diversos establecimientos. Por algún motivo, a muchos españoles les da vergüenza usar este tipo de cosas, como si los demás fueran a pensar que eso es ser cutre o algo así. Aquí nada de eso. Aprovechan hasta el último céntimo de la forma más natural del mundo, independientemente de su poder adquisitivo además. Y es que, nadie se ha hecho rico despilfarrando, ¿no?

Por último, otro aspecto en el que se constatan importantes diferencias es que, a pesar de ser gente muy fría, son mucho más desinhibidos en el tema de la desnudez. Curiosamente, no tienen demasiado pudor en este sentido, algo por contra tan arraigado en el carácter latino. Es bien conocido, por ejemplo, el hecho de que las saunas alemanas suelen ser mixtas, y hombres y mujeres se mezclan con total naturalidad. A mi no me gusta la sauna y por eso no he visitado ninguna. Sin embargo, sí me ha sucedido una situación algo cómica en un vestuario (masculino). Salgo de la ducha —en pelotas, claro está— y me encuentro a una chica de mantenimiento que iba a revisar las instalaciones. Pues allí estaba ella tan campante paseando entre pitos por doquier. Y diría que fui el único de los presentes al que le pareció extraño...

Esta ausencia de pudor se refleja también en las casas, siempre muy abiertas, cuyo interior es perfectamente visible desde fuera. Paseando junto a ellas puede verse todo lo que hacen dentro; una falta de privacidad que a mí me resultaría incómoda, la verdad. Sin embargo, ellos no tienen el menor problema con eso. En algún sitio leí que esta costumbre tiene que ver con la religión. Al parecer, se consideraba entre los protestantes como un signo de conciencia limpia, de no tener nada que ocultar. No sé si es por eso o no, pero lo cierto es que tengo una vecina que, en más de una ocasión, se ha cambiado en la misma ventana sin preocuparse mucho de que la vean... Y puedo confirmar que, en efecto, tiene poco que ocultar, sí señor...