sábado, 28 de septiembre de 2013

Sobrevivir al fracaso

Tras las innumerables vueltas y revueltas de los últimos meses, vuelvo a tener un empleo. No quiere decir esto que haya salido del atolladero. Primero, porque he perdido en varios aspectos con respecto a mi anterior trabajo. Segundo, porque no tengo más remedio que quedarme en Alemania, y la deseada vuelta a casa sigue siendo una utopía. No obstante, he decidido comentar algunas acciones que me han servido para reconducir —aunque solo sea levemente— la situación. Porque, en la vida, hay momentos para avanzar a toda vela y otros en los que toca aguantar el chaparrón minimizando los daños del navío.

Siempre es duro sobreponerse a un fracaso y, desde luego, yo no poseo una fórmula mágica para ello. Sin embargo, una cosa tengo clara: difícilmente puedo resolver un problema negando su existencia. Por eso, creo que se debe comenzar llamándole a las cosas por su nombre. Hay que dejarse de chorradas y asumir la realidad: HE FRACASADO. Punto. De lo contrario me estoy engañando.

A continuación toca reflexionar profunda y serenamente sobre los factores que han provocado ese desenlace. Y en este punto es necesaria una gran dósis de autocrítica. Naturalmente que existen causas externas que no he podido controlar, pero es imprescindible identificar y reconocer mis propios errores.

Es entonces cuando puedo corregir aquello que he hecho mal. En este sentido, yo he procurado trabajar sobre mis 3 "pecados capitales", los cuales fueron objeto de sendas entradas en este blog:
  1. El idioma. Es temerario, a la par que ingenuo, creer que se puede desarrollar una vida plena en un país desconociendo su lengua. He intentado subsanar este error garrafal mejorando mi nivel de alemán y, si alguien duda de que este es un factor decisivo, le diré una cosa: SOLAMENTE me llegaron ofertas cuando convencí a las empresas de que podía comunicarme en su idioma.
  2. Las apariencias. La imagen que las empresas venden de sí mismas raras veces se corresponde con la realidad. A estas alturas, he experimentado lo suficiente para saber que TODAS son iguales. Uno no sabe dónde se mete hasta que está dentro, y Alemania no es diferente en eso. Dentro de lo posible, esta vez he tratado de juzgar con mayor objetividad las alternativas que se me presentaban. Aún así, no puede decirse que mi elección sea muy diferente de los sitios que he conocido antes.
  3. La especialización. El arma de doble filo. Centrarme en un campo muy específico me cerró casi todas las puertas cuando este se vino abajo. He tenido bastante claro qué línea(s) seguir para vencer este obstáculo, pero el proceso de reciclaje no está siendo fácil y, por ahora, solo lo he conseguido parcialmente. Me queda mucho que pelear, pero es un comienzo.
Con estas labores de "desescombro" he comenzado a corregir mis principales errores, pero ninguno de ellos está plenamente subsanado. Mi balance personal es que, de momento, he conseguido sobrevivir a este fracaso —que no es poco—, aunque no está superado todavía. Son varias las circunstancias que me mantienen al borde del abismo —entre otras, que volveré a visitar la agencia de empleo más pronto que tarde—, así que no puedo considerar satisfactorio el statu quo. 

Empleando un símil futbolero, digamos que la situación actual se asemeja a una racha de empates consecutivos. Si a continuación llega otra derrota, los empates no valdrán nada. Pero si lo que llega es una victoria, estos empates cobrarán valor y se verán como el inicio de la recuperación.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Individualismo: la soledad del fracaso

Decía Aristóteles que "el hombre es un ser social por naturaleza". Francamente, cuesta creerlo viendo el alarmante grado de individualismo que se ha instalado en la sociedad. Vivimos cada vez más encerrados en nosotros mismos. Los problemas o preocupaciones de otras personas nos resbalan, lo único que importa es lo nuestro. Hace ya tiempo que había constatado este hecho, y durante los últimos meses ha quedado patente en la soledad de mi fracaso.


Debo admitir que yo mismo soy bastante individualista en muchos aspectos. Sin embargo, una cosa es gozar de tu independencia personal y otra es que te importe un carajo todo aquello que no te afecte a ti directamente. Esa es la tendencia que se impone ahora: YO, YO y YO.

Esta pauta de comportamiento se percibe a muchos niveles:
  • Se percibe en el ámbito laboral, donde la competitividad es cada vez más feroz. Todos quieren demostrar que son mejores que el resto y obtener para sí el mayor beneficio posible. La competitividad es buena y necesaria en su justa medida, porque nos hace mejorar, pero llevada al extremo puede resultar absurda. En lugar de competir por todo, más nos convendría aprender a colaborar. 
  • Se percibe, por supuesto, en la sociedad, arrastrada por politicuchos de medio pelo que embaucan a las masas ignorantes. Todos quieren separarse de todos. Las comunidades del estado, las provincias de las comunidades, las ciudades de las provincias y los barrios de las ciudades. A este paso llegaremos a constituirnos cada uno de nosotros en un ente soberano independiente. Por cierto, hablando del tema, esos soplapollas que juegan a convocar referéndums de independencia equivocan la estrategia. Ya que no les dan permiso para votar si Cataluña se separa, yo les doy una idea: lo que tienen que hacer es celebrar el referéndum en el resto de España. Votemos nosotros si queremos que Cataluña sea parte de España o si preferimos mandarla a tomar por culo y que nos deje de tocar los huevos de una puta vez. A lo mejor se llevarían una sorpresa con los resultados. Y a ver luego cómo esconden esos vulgares chupópteros su patética gestión.
  • Finalmente, se percibe también, claro está, en las relaciones personales. Es decepcionante la facilidad con la que alguna gente se olvida de ti y prescinde de mantener el contacto escudándose en sus muchos e importantes quehaceres. Todo el mundo está siempre ocupadísimo pensando en SU trabajo, SUS vacaciones, SU casa, SU hijo, SU perro o SU canario, y pasa olímpicamente de los demás, incluso de los amigos.

Es este último punto el que me ha llevado a escribir la entrada de hoy. Durante todos estos meses he lamentado el nulo apoyo de personas que otrora fueron buenos amigos. Naturalmente, nadie está obligado a ayudarme, y mucho menos a resolver mis problemas, lo cual me compete a mí. No es eso lo que digo. Hablo simplemente de interesarse por la evolución de las cosas, de transmitir algo de ánimo y, si se tercia, de echar un pequeño cable a un amigo que pasa por una situación adversa.

Por otra parte, tampoco es nada nuevo. No viene motivado por las circunstancias, sino que me ha pasado constantemente con ciertas personas. Personas, por cierto, por las que yo sí me mojé en su momento, con las que yo sí me impliqué cuando tuvieron problemas y por las que incluso llegué a buscarme más de una complicación.

Da la impresión de que la gente solo sabe "comunicarse" a través de eso que llaman redes sociales —que para mí son todo lo contrario—. Yo no tengo cuenta en ninguna de esas redes —ni pienso, al menos para uso personal— por muchos motivos que no voy a enumerar aquí. ¿Significa eso que no es posible mantener el contacto? Por lo visto, para mucha gente sí. En la era de Internet, los correos electrónicos, los teléfonos móviles y demás, a menudo parece que estamos más incomunicados que nunca, viviendo dentro de nuestra burbuja personal. ¿Qué cuesta dedicar aunque solo sean 5-10 minutos una vez al mes? ¿Es tu vida tan jodidamente ocupada que no tienes ni siquiera ese tiempo para alguien que te importa? Eso es dejadez y falta de interés. Si no te "molestas" en hacer ni eso, no eres digno de llamarte AMIGO.

Desde luego, si así se actúa con los amigos, ¿qué cabe esperar con los desconocidos?

PD: a los que siguen a mi lado, les agradecezco el esfuerzo.