miércoles, 8 de mayo de 2013

Lecciones de fútbol, lecciones de vida

No comulgo con el tinglado balompédico que hay montado hoy en día, ni mucho menos, pero el mismo bombardeo incesante que me hace aborrecer ese circo hace imposible no enterarse de las cosas que ocurren en él, especialmente si actúan los únicos equipos que parecen existir en España: Madrid y Barcelona (otro de los ciegos bipartidismos acérrimos que caracterizan al país). Y ya que vienen de protagonizar un doble enfrentamiento España-Alemania en Copa de Europa, he decidido dedicarle unas breves líneas, sin que sirva de precedente.

Quiero dejar claro que no me alegro de las derrotas, faltaría más. No seré un fanático, pero siempre deseo que ganen los de mi tierra. Ahora bien, una parte de mí disfrutó con la manera en que se produjeron, esperando que sirviese como lección.

Estos dos clubes son buques insignia del deporte español. Con el discurrir de los años han ido acaparando interés, aficionados y pingües beneficios por todo el mundo (ajenos a toda crisis). Pero este crecimiento desmedido ha terminado por desvirtuar completamente una liga, la española, que actualmente no es más que un seudocampeonato a dos bandas. Ambos se pasean por los campos del país avasallando a todos los rivales, que nada pueden hacer contra el multimillonario oligopolio que ostentan, hasta tal punto que muchos ya dan por buena una derrota sin goleada. A mi modo de ver, eso le hace un flaco favor al espectáculo y al deporte.

Además, no contentos con ello, expanden sus tentáculos sobre otras modalidades deportivas, que desvirtúan de manera semejante: baloncesto, balonmano, hockey sobre patines, fútbol sala... (diría que al Barcelona solo le falta sección de canicas). Esto es de hecho lo que más me cabrea, por ser especialmente injusto. Si ocurre en el fútbol me da igual, primero porque no me interesa mucho y, segundo, porque eso es lo que son, clubes de fútbol (si bien con unos condicionantes extradeportivos muy ventajosos respecto a los demás). Lo que no soporto es que encima empleen esas ventajas que les proporciona el negocio del fútbol para corromper otros nobles deportes, ya que compiten en total desigualdad de condiciones con el resto. Así, equipos históricos en sus especialidades se ven obligados a vivir eternamente a la sombra de estos dos. Y cuando alguno consigue plantarles cara a base de esfuerzos titánicos, no pasan dos telediarios antes de que los grandes le desmantelen la plantilla a golpe de talonario. Vaya un mérito el suyo. Así cualquiera.

Ese es el motivo principal por el que disfruté parcialmente de sus estrepitosos descalabros.

Pero, volviendo al tema. El asunto es que Barcelona y Madrid están tan acostumbrados a pasar como apisonadoras sobre sus contrincantes que terminan olvidando lo que es enfrentarse a alguien de su tamaño. Y claro, cuando tienes delante a sendos equipos alemanes con su rocosa mentalidad, su intensidad superlativa y sus estadios abarrotados gritándote en la nuca sin parar ni un minuto, es probable que te caiga un chorreo y se te coman vivo si no estás a tope.

Eso es, en mi opinión, lo que ha sucedido en estas recientes eliminatorias. Es una teoría como otra cualquiera. No soy un entendido, puede ser cierta o puede que no. Lo que es evidente es que, en la alta competición, los detalles (la psicología es uno de ellos) marcan las diferencias. Y si uno no necesita ese grado de exigencia y esa chispa de competitividad durante toda la temporada es difícil que lo alcance para un día concreto (curiosamente, sí que marcaron 4 goles en liga, tan solo tres días después de la debacle europea).

No se discute que, en cuestión de talento, los españoles no tenemos que envidiar a nadie, pero en ocasiones se necesita sobre todo agresividad, capacidad de sacrificio y fortaleza mental. Al margen de estos últimos resultados, que son sucesos puntuales, los alemanes nos siguen llevando ventaja en ese aspecto, debido seguramente al modo en que se educan. Siempre demuestran máxima competitividad de principio a fin y nunca dan nada por perdido (ni por ganado) hasta que acaba. Por lo general, cuando los españoles somos mejores, puede que ganemos, y si somos peores perdemos seguro. Sin embargo otros como los alemanes o los italianos, cuando son mejores ganan seguro, y si son peores puede que ganen. Parece que eso va cambiando con el paso del tiempo, pero aún tenemos que mejorar en este sentido (aunque últimamente les hayamos sobado el morro con la selección, hahaha).

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