sábado, 30 de marzo de 2013

La "montaña rusa" del emigrante

Al tomar el camino de la emigración, es normal experimentar una secuencia de sensaciones muy dispares con respecto al país de acogida. La percepción de las cosas varía considerablemente de un extremo a otro según te vas sumergiendo en el entorno. En ciertos momentos te gusta y crees que has tomado la mejor decisión. Otras veces, en cambio, detestas aquello y deseas largarte para perderlo de vista. Al menos así es como me ha ido pasando a mí, no sé si otras personas coincidirán conmigo. Esos extremos o altibajos que comento, se asemejan de alguna manera a los de una montaña rusa, de ahí que haya elegido esa especie de metáfora para el título de esta entrada.



Dejando de lado cambios puntuales sufridos según lo complicado que se presente el día, distinguiría, a grandes rasgos, tres etapas por las que he pasado desde que empezó esta aventura. Las dos primeras son (y deben ser) transitorias, como estaciones del camino que conduce a la tercera, esta firme y duradera. Os explicaré en qué consisten.

Ya he hablado otras veces de la imagen distorsionada que, en general, tenemos de ciertos lugares, así como de los complejos que padecemos en ese sentido. De ahí que la primera impresión se vea inevitablemente influida por eso. Llegué con la idea instalada de que todo era maravilloso, asombroso y un ejemplo a seguir. Admiraba aspectos de la cultura y sociedad alemana, que consideraba infinitamente adelantada a la nuestra. Sanidad, educación, servicios, infraestructuras, etc, etc. Casi todo se presupone superior a lo que tenemos nosotros. Así, la tendencia inicial es a valorar cualquier cosa que encuentras mejor que las de tu país. Puede decirse que esta primera fase se parece a los comienzos de una pareja, donde sólo se observan virtudes en quien tienes al lado. Es la novedad y estás entusiasmado con todo.

Sin embargo, luego llegan los roces, los problemas, las decepciones, los desengaños... Empiezas a conocer todo a fondo, ves que hay más defectos de los que creías al principio y éstos comienzan a imponerse a las virtudes que antes alababas. La interminable sucesión de bofetones que te va propinando la realidad hace que, transcurrido un tiempo, termines por pasarte completamente al otro extremo. Ahora te vuelves crítico hasta la médula, te ensañas con cada cosa que no te gusta poniéndola a caer de un burro y te rebelas contra un entorno que por momentos aborreces.

Es entonces cuando sale a relucir el orgullo patrio que llevas dentro. Empiezas a darte cuenta de que en tu país, del que tanto te quejabas, se hacen muchas cosas mucho mejor que allí. Y las que no se hacen podrían hacerse. "Tenemos tanta capacidad o más que ellos", piensas. Aprovechas la mínima ocasión para ponerlo de evidencia y demostrarlo ante cualquiera. Vamos, paseas tu bandera si hace falta, lleno de orgullo como nunca (y si encima se suceden los triunfos deportivos de los nuestros, ni te cuento. ¡Qué bien sienta callar ciertas bocas impertinentes y prepotentes!).

Lo que ocurre es que esa segunda fase es muy peligrosa. Por eso decía que debe ser transitoria. No creo que sea necesariamente malo pasar por ella, ya que es parte del aprendizaje, pero resultaría muy destructiva si uno se queda ahí estancado. Si no eres capaz de avanzar puedes convertirte en un marginal resentido. Ver cada día sólo la cara más desagradable del lugar te impedirá disfrutar de la cara agradable que, aunque a menudo se empeña en ocultarse, también existe.

Así, si consigues superar esa etapa, llegas finalmente a la última, donde por fin alcanzas cierto equilibrio. Ya conoces lo suficiente para saber qué es lo bueno y qué es lo malo. Y lo más importante: aprendes a disfrutar de lo bueno y a sobrellevar lo malo (si bien unas veces mejor que otras). Tienes una opinión formada que ahora está basada en hechos conocidos y no en prejuicios. En general, resulta más fácil valorar las cosas en su justa medida. Yo diría que es entonces cuando empiezas a estar adaptado.

Como digo, yo pasé por todas esas fases. En mi caso particular he de decir que la primera me duró muy muy poco. Los desengaños empezaron enseguida, nada más llegar. Quizá por eso permanecí en la segunda más tiempo del que sería deseable. Pero por suerte conseguí llegar a la última, en la que me encuentro. Imagino que si sigo aquí más años acabaré pasando aún por otras nuevas etapas. Incluso es probable que la perspectiva del tiempo cambie el modo en que veo las anteriormente descritas, pero así es como lo percibo ahora mismo, tras dos años de emigración.

¿Coincides con esta visión o has tenido una experiencia distinta? Puedes compartirlo si quieres.

miércoles, 27 de marzo de 2013

¿Y ahora qué?

Un día llegas al trabajo y te llaman a una habitación. Te explican que la empresa pasa por dificultades que le obligan a tomar decisiones drásticas y, antes de que te des cuenta, estás recogiendo tus cosas del lugar de trabajo y saliendo de allí para no volver. Estás despedido. ¿Y ahora qué?



Esta pregunta ya es difícil de responder ante tal situación estando en tu tierra. Pero si además resulta que estás en otro país, las preocupaciones que te asaltan sobre tu futuro hacen que tu vida se parezca de repente a un túnel sin salida. Desconoces las leyes, los procedimientos y hasta tus derechos básicos, y encima no puedes expresarte plenamente a causa del idioma. Una experiencia francamente desagradable, la verdad.

Cuando eso ocurrió, empecé a buscar soluciones y a hacerme infinidad de preguntas. Por ejemplo, de repente debía replantearme mi lugar de residencia: "¿Me quedo en Alemania? ¿Me vuelvo a España? ¿Huyo hacia adelante y pruebo en otro país?" Estas cuestiones en particular se fueron respondiendo solas a medida que recogía información por el camino. Es de lo que hablaré a continuación. Otras muchas, sin embargo, aún siguen sin respuesta.

Personalmente, mi decepción fue de tal magnitud que me hizo perder las ganas de seguir dando tumbos por el mundo. No podía quitarme de la cabeza un pensamiento: tanto sacrificio para terminar así; para eso es mejor estar en mi casa. Si hubiese tenido una varita mágica que me permitiese hacer lo que quisiera, yo hubiera vuelto a casa inmediatamente tras el despido. Es verdad que luego he ido relativizándolo un poco, pero la enorme decepción no se borrará nunca. Hasta tal punto es así, que muchos de mis puntos de vista han cambiado.

Si miro atrás me asombro al pensar con qué decisión me lancé a la emigración. A veces creo que debía estar loco para elegir este camino, pero no me asustaba y estaba convencido de que quería hacerlo. Ahora en cambio, con todo lo ocurrido, esas ganas han desaparecido, y he dejado de pensar que la mejor forma de mejorar es irse a otro país (puede que en otra entrada desarrolle el porqué).

En cualquier caso, pese a mis muchas meditaciones y deseos, es la realidad la que de momento se encarga de decidir por mí.

En primer lugar, la búsqueda de trabajo en ciertos países se trunca de nuevo a causa de sus respectivos idiomas (una lección que ya aprendí). A esto se suma el hecho de que no estoy muy por la labor de volver a empezar de cero. Después de haber superado ya aquí las dificultades iniciales y conseguir adaptarme... sería como en el parchís volver a la casilla de salida cuando llevas todo el tablero recorrido. No pensaba así hace unos meses, cuando seguía atraído por conocer otros países. Pero como digo, ahora mis prioridades han cambiado.

En segundo lugar, lo de encontrar trabajo en España ya sabemos cómo está. Desde el primer momento tuve que resignarme en este sentido. Salvo milagro improbable, es una utopía volver ahora.

Por tanto, parece que la opción de permanecer en Alemania es la más adecuada. Y en efecto, así es. Tiene que serlo a co..nes, porque es la única. No sólo por eliminación, sino también por motivos legales derivados de la normativa europea en materia de desempleo.

Me explico.

Simplificando mucho para no aburrir: los periodos trabajados en cualquier país de la unión se computan para calcular cuánto tiempo de paro te corresponde (para lo cual se necesita el formulario europeo PD U1; no entraré en eso ahora, si alguien tiene interés no tengo inconveniente en contestar preguntas). Pero tienes derecho a percibir la prestación en el país donde nació tal derecho. En mi caso, Alemania (que es donde me quedé en paro), no España (a pesar de que allí haya cotizado más años).

Eso por un lado está bien, porque obviamente la prestación es de mayor cuantía en Alemania. Pero por otro lado no tanto, porque la prestación dura menos tiempo (en mis condiciones, la mitad, para ser exactos).

La consecuencia es que, si quisiera volver a España ahora, tendría que hacerlo con una mano delante y otra detrás, puesto que trabajo no hay y allí no tengo derecho a paro, lo que sería una verdadera locura. De ahí que quedarme en Alemania sea mi única opción razonable de momento.

Es cierto, como muchos sabréis, que la legislación europea permite exportar la prestación por desempleo entre países de la unión (formulario PD U2). Pero tan solo puedes "llevarte" tres meses, tengas el tiempo que tengas. Es decir, si te queda por ejemplo un año entero de paro y solicitas su exportación a otro país, te conceden tres de esos doce meses. Una vez transcurridos esos tres meses, si sigues en paro y no vuelves al país de origen, el resto lo pierdes definitivamente.

Así pues, todavía no es una opción para mí. Ese tiempo lo consumiría prácticamente ya sólo en mudarme. Hoy por hoy, sólo puedo plantearme volver a España si tengo trabajo, lo cual es sinónimo de decir que no puedo volver.

Lo peor de este galimatías legal es que también obstaculiza otra de las vías para intentar salir adelante: crear mi propia empresa. Dado que no tengo derecho a paro en España, no puedo acogerme a la famosa capitalización del mismo ni a ninguna otra de las supuestas ventajas que anuncian para emprendedores. A no ser, claro está, que me la juegue y haga un salto mortal sin red (todo llegará...).

En conclusión, quiera o no quiera, estoy atrapado aquí. Todo lo que puedo hacer por ahora es seguir buscando trabajo. Si en los próximos meses consigo encontrarlo, pues bien. Si por el contrario no es así y nada cambia, mi condición de emigrante tiene ya fecha de caducidad, y ésta coincide con la de mi derecho a percibir paro. A partir de ahí me convertiré en un emigrante retornado prematuro. Siguiendo mis propios consejos, me niego a permanecer aquí careciendo de ingresos, aunque ello suponga volver a casa derrotado y con el rabo entre las piernas.

Veremos lo que depara el futuro inmediato.

viernes, 22 de marzo de 2013

3 "consejos" para fracasar en Alemania (y III)

Para cerrar esta serie voy a hablaros del segundo obstáculo principal que me impide encontrar trabajo actualmente: la especialización extrema.




Siempre que se habla de tecnología e industria es inevitable que Alemania salga a la palestra. La manida frase "con tecnología alemana" adorna las promociones de no pocos artilugios mecánicos, electrónicos, etc. Parece que esa frase por sí sola hace mejor a cualquier producto. Ya puede tratarse del objeto que sea.

"Ah, si es alemán es bueno", pensamos.

Todos tenemos un gran concepto de este país en ese aspecto. Merecido, por otra parte.

Sin embargo, esa reputación bien ganada mediante el esfuerzo y trabajo de muchos especialistas en los más diversos campos tiene un lado oscuro. Un arma de doble filo que puede volverse contra ti si no juegas bien tus cartas, como me pasó a mí.

El alemán es un mercado laboral extremadamente especializado. Para desarrollar los avanzados productos tecnológicos que aquí se fabrican, es necesario contar con gente fuertemente especializada en parcelas muy concretas. Eso está muy bien, claro. Tener grandes especialistas en cada campo brinda una ventaja competitiva sobre los demás. Pero la trampa que esconde sale a la luz en el momento en que el chiringuito se viene abajo.

Es decir, el salto de calidad que te da profesionalmente tu especialización en un área es muy interesante. Pero eso sí, procura no hacerlo en un área equivocada. Escoge una que ofrezca pocas expectativas (a priori) de derrumbarse. De lo contrario, cuando eso ocurra no valdrás nada. Si eres especialista dentro de algo que entra en crisis, lo primero que puede pasarte es perder tu trabajo, como en cualquier sitio. Pero además, eso significa que no encontrarás otro en tu mismo sector, ya que está en crisis y no hay opciones.

Entonces debes buscarte la vida en otro sector en el que no eres especialista. Y claro, por este motivo, resulta que ahí tampoco tienes opciones, aunque poseas ciertos conocimientos del mismo. Aquí no te pagan por enseñarte, quieren resultados desde el principio. Y la forma de conseguirlos es contratando especialistas. ¿Porqué van a contratarte a ti, que no lo eres, cuando hay otros en el mercado que sí lo son?

Consecuencia: un círculo vicioso del que no es fácil salir.

Yo me encuentro ahora mismo en esa situación. Y las expectativas de escapar a esta trampa son de momento inexistentes.

Puede discutirse si el tema que expliqué del idioma compite en importancia con este error. Sin embargo, considero este último mucho más imperdonable que aquel. NUNCA debí tomar este camino sabiendo como sabía que el sector se desmoronaba. Creí equivocadamente que aquí el impacto sería menor. Y además me convencí de que no sería tan difícil cambiar de palo si la cosa iba mal. Me equivoqué en todo.

También en otra cosa. En mi cabeza se había instalado la convicción de que mi experiencia en Alemania me revalorizaría si algún día quería volver a España. Pensé que podría ser más "deseado" por el hecho de tener experiencia internacional.

De eso nada. A las empresas españolas les resbala. Siguen queriendo lo de siempre, licenciados que hablen cuatro idiomas, tengan un porrón de conocimientos y años de experiencia y estén dispuestos a trabajar de 8:00 a 20:00 regalándole las horas extras que pidan por mil euritos pelados sin el menor plan de crecimiento profesional a la vista.

Eso si tienes suerte de encontrar algo, claro está. Desgraciadamente, la situación es tal, que ni siquiera encuentro una opción de ese tipo. Así que ya podéis imaginaros el panorama.

Esta lamentable situación es fruto de los errores comentados (y otros que iré citando) junto con ciertos factores externos. El caso es que, entre unas cosas y otras, mi carrera se ha ido al tacho y tengo muy difícil recuperarla. ¿Quién iba a decirme que ese sería el resultado de emigrar a Alemania?

Por eso os aconsejo elegir cuidadosamente. Tened en cuenta las experiencias de otra gente que ha pasado por esto. Meditad muy seriamente la decisión atendiendo a todos los factores.

Y, si queréis aceptar un último consejo adicional, no emigréis a la aventura. No le recomiendo a nadie irse a otro país sin un contrato de trabajo. Hay muchos casos así. Gente que ha salido pensando que total, en España no hay nada, y que ya encontrarán algo por ahí. Algunos de ellos tienen que malvivir y pedir ayudas, que no siempre se le conceden (aquí el que no produce no es bienvenido). Otros con algo más de suerte, van tirando con lo que ganan en los trabajos más precarios.

Ya sé que España está muy jodida y no da ni para eso pero, ¿es lo que queréis hacer de verdad? ¿Y encima lejos de casa, pasando frío y penurias? Pensadlo muy bien.

Lee también:
3 "consejos" para fracasar en Alemania (I)
3 "consejos" para fracasar en Alemania (II)

viernes, 15 de marzo de 2013

3 "consejos" para fracasar en Alemania (II)

En la segunda entrega de esta serie comenzada hace una semana, hablaré de lo que yo llamo: la "fachada" de las empresas.


El asunto tiene que ver con el irremediable complejo de inferioridad español, que nos hace creer que todo lo de fuera es siempre mejor que lo propio, ya se trate de otro país, de otra empresa o de la casa del vecino.

Rotundamente falso.

Uno se sorprende al ver la cantidad de cosas que son mejores en España (y no hablo sólo de cosas como la comida; ¡ahí no hay discusión!).

Ese engaño monumental al que han dado en llamar crisis se deja sentir por todas partes, no solamente en España. Y sí, señores, aunque no lo crean, en Alemania las empresas también tienen dificultades, despiden a sus empleados, hacen ERE's, se declaran insolventes y echan el cerrojo. Conozco un buen número de casos aparte del mío.

Como ya mencioné en la presentación del blog, las historias que nos venden han contribuido a tergiversar la realidad en gran medida. Es cierto que a mucha gente le va de fábula en el extranjero, pero a otra tanta (o más) le va de pena. Como en España. Como en todas partes. No es justo contar sólo una parte de la historia, la parte bonita. Puede que no venda tanto la experiencia de aquellos que han acabado (literalmente) pidiendo, no han conseguido un trabajo acorde a su cualificación o simplemente han tenido que volverse porque se les ha acabado el dinero. Pero eso también es parte del juego. Y con esa visión sesgada se ha distorsionado la realidad de los hechos confundiendo a mucha gente, entre la que me incluyo (al menos parcialmente).

A ver, ni siquiera yo soy tan pardillo como para pensar que al llegar me estaría esperando una alfombra roja, una casita en el campo y un Mercedes. No. Pero sí te haces, al abrigo de esas historias, falsas expectativas del nivel (y sobre todo la calidad) de vida que tendrás. Como os digo, nuestros ancestrales complejos hacen que esas ideas cuajen fácilmente en España.

Por ello, este sentimiento de anhelo que acabo de describir en relación a la vida en general, se traslada igualmente a lo profesional. ¿Quién de nosotros no sueña con trabajar en un sitio donde te valoran, te permiten conciliar tu vida personal y laboral y te ofrecen un plan de carrera excelente?

Esto hace que resulte muy fácil dejarse cautivar por la imagen que transmiten las compañías alemanas. Es un aspecto que aquí se cuida muchísimo y hace que las empresas tengan mucha "fachada". Les gusta proyectar una imagen de lugar agradable para trabajar y se gastan mucho dinero en fomentarla. Compiten entre ellas para ver quién posee las instalaciones más lujosas y los mejores servicios. Ya desde la primera entrevista te ofrecerán con cortesía algo de beber y unas pastitas, te encandilarán con el halo de grandeza que emana su idílico entorno, te mostrarán las comodidades de las que gozarás como empleado, etc.

En pocas palabras: harán que desees trabajar allí.

Claro, esto viniendo de España resulta muy llamativo. Acostumbrados a ser poco más que ganado y deberle a la empresa el favor de darnos trabajo, ese nuevo mundo te crea la sensación de que estás ante una organización extraordinaria y que ese es el tipo de trato y consideración que quieres recibir de tu empleador. Pero cuando estás aquí un tiempo te das cuenta de que no hay nada extraordinario en ello, sino que es exactamente lo que hacen todos. Y, todos, quiere decir tanto las buenas como las malas empresas. Con lo cual ese factor no debe tenerse en cuenta para optar por una u otra, o puedes llevarte sorpresas desagradables cuando traspases la gruesa fachada y conozcas el percal desde dentro.

¡No os dejéis deslumbrar!

Yo aún recuerdo perfectamente cómo le contaba a mis amigos la experiencia cuando vine a mi primera entrevista. Volví a España extasiado y así se lo hice saber a todos hablándoles de las maravillas que había contemplado.

Al poco tiempo de empezar comprendí mi error. Demasiado tarde.

Lee también:
3 "consejos" para fracasar en Alemania (I)
3 "consejos" para fracasar en Alemania (y III)

viernes, 8 de marzo de 2013

3 "consejos" para fracasar en Alemania (I)

Cuando nos pasa algo malo (como quedarnos en paro), una de las preguntas que suelen venirnos a la cabeza es: ¿pero qué he hecho yo para merecer esto? Para responderla tendemos primero a buscar culpas externas, lo cual es legítimo además de cierto en gran medida. Despotricamos de que la empresa es tal o la empresa es cual, que la crisis tiene la culpa, que yo no merecía esto, etc, etc. Sin embargo, a menudo olvidamos la parte de responsabilidad que nos toca en el suceso.

Algo habremos hecho mal para vernos envueltos en tal calamidad. ¿O no?

Como anuncié en la presentación del blog, quiero ser crítico con muchas cosas. Pero considero que, para ganarse el derecho a criticar algo, primero debes criticarte a ti mismo. Por eso quiero empezar, con esta entrada, una serie titulada "3 consejos para fracasar en Alemania", donde describiré las principales equivocaciones que yo cometí para meterme en este hoyo.

En la lista de errores que me atribuyo, el primero tiene que ver con el idioma, un tema absolutamente crucial.


Antes de venir, yo tenía un gran concepto de los alemanes en este sentido. Las estadísticas reflejan claramente que el nivel medio de inglés en Alemania es bastante superior al de España, algo que por otra parte coincide con el sentir general. Precisamente por eso, me creí inocentemente que con mi buen nivel de inglés podría hacer una vida normal a pesar de no hablar nada de alemán cuando llegué. ¡CRASO ERROR!

Venir a Alemania sin hablar alemán aumenta tus probabilidades de fracaso enormemente. Y no por casualidad subrayo el verbo 'hablar', porque entre 'saber' alemán y 'hablar' alemán hay una diferencia notable (los que habéis pasado por ello me entenderéis). Puedes saberte un montón de palabras a base de chapar vocabulario, incluso ser capaz de juntar dos o tres en una misma frase. Pero de ahí a HABLAR va un mundo. Y no te cuento para entender lo que ellos te dicen, especialmente en según qué zonas... Incluso un nivel medio de alemán no es suficiente en muchas situaciones, pero ya si tu nivel es bajo o nulo, date por jodido.

En este aspecto, el alemán es muy distinto de otras lenguas en las que, tan pronto te aprendes una palabra, estás en disposición de usarla (p. ej. el inglés). Aquí no basta con saberse una palabra para poder utilizarla. Debes saberte también sus declinaciones, plural, género (que no siempre es tan obvio como imaginas)... o de lo contrario serás incapaz de colocarla con sentido en una frase.

Sinceramente, he de admitir que infravaloré la dificultad de este idioma (o sobrevaloré mi capacidad, no lo tengo claro...). Siempre se me han dado bien los idiomas, así que supuse que este sería uno más. Pero no fue así exactamente.

La fama de difícil que tiene el alemán no es gratuita. Sus palabras infinitas rebosando consonantes por los cuatro costados, sus declinaciones o sus 8 vocales en vez de 5 tienen parte de culpa. Pero si tengo que elegir lo que más me irrita de esta lengua, diría que es su exceso de arbitrariedad y falta de lógica, algo de lo que te percatas cuando empiezas a profundizar en su aprendizaje. Recuerdo que esto me llamó mucho la atención, porque no concuerda con el carácter pragmático que se le presupone a sus hablantes. Tal obstáculo se pone de manifiesto, por ejemplo, al asignar el lugar correcto a cada palabra según de qué oración se trate y la función que en ella cumple dicho vocabloAdemás, cada regla presenta más excepciones que ejemplos.

Por estas y otras razones, el sistema resulta caótico y genera verdaderos dolores de cabeza. Y el desacuerdo existente entre los propios nativos a la hora de dar una explicación coherente al respecto, tiene efectos dramáticos en la moral del que está aprendiendo. Muchos hablan el alemán "por sensaciones", o sea, no saben decirte porqué es así, sólo saben que así suena bien y por eso debe ser correcto (¿?).

¡Mátame camión!

Para más pruebas de los infames e intrincados recovecos de esta lengua, quiero remitiros al ensayo que Mark Twain le dedicó hace más de un siglo, tras arduos esfuerzos por comprenderla. Se titula "El horrible idioma alemán" (aquí lo encontraréis traducido al español) y merece la pena leerlo hasta el final. Sencillamente genial.

En resumidas cuentas, lo que quiero transmitir con todo esto es que es muy, pero que muy recomendable, llegar aquí hablando alemán. Tendrás una cantidad de terreno ganado bestial. De lo contrario, te estrellarás contra un muro en cualquier cosa que trates de hacer, hasta lo más sencillo y cotidiano.

Ten en cuenta que, el ciudadano alemán medio puede dominar mejor el inglés de lo que lo hace el español medio, pero a la vez siente mucho más orgullo de su lengua y de su país. Esto lo demuestran muchas empresas demandando un alto dominio del alemán, muy superior al "nivel medio", incluso para optar a puestos que no exigen necesariamente habilidades lingüísticas.

Curiosamente este no fue mi caso, ya que me contrataron a pesar de advertirles de mi completo analfabetismo en su lengua. Quizá por eso, cometí este error. Conseguir el trabajo sin hablar alemán me hizo pensar que ese era un tema secundario y menor.

"Ya lo iré aprendiendo", me decía a mí mismo.

No podía estar más equivocado.

Esto me causó desde el primer día serias dificultades a pesar de contar con el inglés para sobrevivir. Pero es que además, seguí agravando el error al no medir bien la importancia del factor idioma. Debido a múltiples circunstancias que escaparon a mi control no tuve la dedicación necesaria para hablarlo bien, lo cual se ha terminado convirtiendo en una poderosa arma en mi contra.

Estudié muy poco alemán desde que llegué, lo que sé es fundamentalmente por inmersión (escuchar, leer, hablar, escribir...). Y puedo decir que, aun con cantidad de errores, me defiendo con cierto decoro en un buen número de contextos (incluso a veces sorprendentemente mejor de lo que creo). Sin embargo, los hechos demuestran que no es suficiente. Y por eso, me avergüenza reconocer que tras dos años viviendo aquí, mi nivel de alemán representa el mayor de los obstáculos para encontrar trabajo.

¡No cometáis el mismo error!
"Una persona inteligente puede aprender inglés (excepto gramática y pronunciación) en treinta horas, francés en treinta días y alemán en treinta años. Queda en las manos de quienes podrían, enderezar y reparar la tercera lengua mencionada. En caso de que así permanezca, debería ser presentada, amable y respetuosamente, como una de las lenguas muertas, pues sólo los muertos tienen suficiente tiempo para aprenderla."

- Mark Twain -
¿Has tenido experiencias en este sentido? ¿Destacarías otras dificultades del alemán?

Lee también:
3 "consejos" para fracasar en Alemania (II)
3 "consejos" para fracasar en Alemania (y III)

domingo, 3 de marzo de 2013

Definamos fracaso

El fracaso (y el éxito) es claramente un concepto subjetivo. Lo que para unos es un fracaso estrepitoso, para otros puede ser un hecho apenas sin importancia. Todo depende de la óptica con que se mire y de las circunstancias. Por otro lado, el fracaso es un término tan denodado que usarlo suena casi apocalíptico. Yo afirmo que he fracasado, pero eso no significa que esté meditando la mejor manera de suicidarme. Y por supuesto, fracasar no implica ser un fracasado, sino que has intentado algo y te ha salido mal, nada más (y nada menos). Reconocerlo y asumirlo es el primer paso ineludible para ser capaz de rentabilizar el error en forma de aprendizaje.



Dicho esto, voy a poneros en situación para que cada uno decida cómo valorarla.

Hasta hace un par de años trabajaba en una empresa (llamémosle SA) de relativa importancia en el sector industrial-tecnológico. Me gustaba el trabajo y además me permitía vivir en mi ciudad de origen, donde me encontraba muy a gusto. Sin embargo, el desgaste del tiempo, la profunda inestabilidad de la empresa azotada por la crisis y otros factores personales, me hicieron sucumbir a los cantos de sirena de la emigración alemana. Siempre me sentí atraído por este país y ya llevaba tiempo barajando la idea (como algo remoto, eso sí), por lo que fue desde el principio mi primera elección. Naturalmente, el panorama paradisíaco transmitido por ciertos programas televisivos también tuvo su influencia.

Así que, tras darle infinidad de vueltas en la cabeza, me decidí. Cerré mi acuerdo con una multinacional alemana (que vamos a llamar AG) y me dispuse a cambiar de país (y de vida). Aquellos que odiéis profundamente las mudanzas, como yo, no podéis ni imaginaros la locura que es hacer una internacional, ¡convierte a las otras en un juego de niños! Sobre todo cuando vas a lo desconocido. Pero nada, me até la manta a la cabeza, metí lo que cabía de mi vida en un coche y puse rumbo a Alemania, la tierra donde esperaba recibir el ansiado reconocimiento profesional del que todos nos creemos merecedores (¿o no?).

Y por fin, aquí estaba yo, en la Meca de la tecnología, trabajando como ingeniero en la sede central de una sólida empresa (eso creía yo) con presencia en varios países de todo el mundo y con un sueldo que superaba con creces el doble del que tenía en España. A pedir de boca, ¿no? Ya. El problema fue que hasta aquí duró el cuento de hadas. Es como en las películas románticas, que cuando los protagonistas se casan, suena la música, se dan el beso de rigor y salen los títulos de crédito. Ya no muestran cuando luego el marido deja la tapa del váter abierta y se tira pedos por toda la casa o cuando la mujer atasca el desagüe con los pelos que se le caen. Pues ahí donde los cuentos acaban, la vida real continúa. Y desde ese mismo momento, la situación se fue tornando bien distinta hasta encontrarme en el paro dos años después, a causa de la delicada situación financiera por la que AG atraviesa (una verdadera paradoja).

Por cierto, a todo esto, SA, la empresa titubeante de la que me fui, sigue con vida. ¿No es irónico? Bueno, en honor a la verdad diré que han sufrido un ERE al mismo tiempo que yo perdía mi trabajo aquí. Parece que era cosa del destino...

En fin, lo que ocurrió en esos dos años será objeto de otra entrada, donde expondré algunas de las causas que provocaron este revés que yo llamo fracaso. Y tú, ¿cómo lo valorarías?

Como reflexión final sobre fracaso, dejo las palabras de Michael Jordan en un anuncio para su patrocinador de ropa deportiva (puedes verlo aquí). Se ha puesto muy de moda usarlo en charlas de motivación para emprendedores, pero es totalmente aplicable a otras facetas de la vida.
"He fallado más de 9000 tiros en mi carrera. He perdido casi 300 partidos. En 26 ocasiones me han confiado el tiro decisivo del partido... y lo he fallado. He fracasado una, y otra, y otra vez en mi vida. Y es por eso, que tengo éxito."
- Michael Jordan -

viernes, 1 de marzo de 2013

¿Porqué este blog?

Parte de la respuesta reside en la siguiente cita:
"El éxito tiene muchos padres, el fracaso es un huérfano."
- John F. Kennedy -
JFK pronunció estas palabras para asumir la responsabilidad tras su fiasco en Bahía de Cochinos. Ahora servirán para inspirar la primera entrada de este blog, que comienza justo el día en el que he pasado oficialmente a engordar las escuálidas cifras del paro alemán.


Nos hemos acostumbrado a ver en la tele esos programas que tanto han proliferado en los últimos tiempos, los cuales obedecen en su mayoría a nombres del tipo "x por el mundo", donde x equivale a españoles, gallegos, madrileños, andaluces... En ellos suelen mostrarse las vidas extraordinarias de gente emigrada a países maravillosos donde todo es sensacional, tienen una casa de ensueño, tres hijos, dos Mercedes y un largo etcétera de comodidades, por citar sólo algunas cosas. Es inevitable, está en la naturaleza de las personas el exhibirse ante los demás para mostrar sus logros, y a los demás nos encanta escuchar obnubilados esos relatos de éxito que nos transportan a un mundo desconocido de fantasía, especialmente en estos tiempos que corren. Evidentemente, eso vende mucho más que mostrar a los que han corrido peor suerte y, por un motivo u otro, la experiencia les ha salido "rana". No es casualidad que una búsqueda en Google del término "fracaso" arroje aproximadamente 30.000.000 de resultados, mientras que el término "éxito" nos da casi cinco veces más, 149.000.000 nada menos. El fracaso es pues, ese gran despreciado del que nadie quiere saber nada.

Provengo de un lugar fuertemente ligado a la emigración históricamente. Allí es habitual encontrarse con ese estereotipo de emigrante al que le ha ido de cine, se ha forjado un patrimonio inmenso y es envidiado admirado por todos mientras pasea por el pueblo su cochazo cuando vuelve en vacaciones. Por eso, muchos nos hicimos inconscientemente a la idea de que en eso consistía la emigración: irse a otro país, hacerse muy rico y volver para exhibirlo. Los programas televisivos antes mencionados han ahondado más si cabe en esa falsa creencia. Pero no todos cumplimos con ese paradigma de emigrante triunfador. Uno también puede fracasar en esa aventura, incluso en Alemania, tierra prometida y paraíso del empleo y del bienestar. Y eso también debe contarse, eso también debe saberse. De lo contrario serán más los que se lancen a la aventura alegremente, ignorando la verdadera realidad hasta que se dan de bruces con ella.

Entre los pocos que han contado esta cara oscura están Jordi Évole y su equipo, que han firmado varios capítulos magistrales a este respecto en su programa "Salvados". En este sentido, destaco también algunos blogs, especialmente el de "Una Mamá Española en Alemania", con una genial y elegante ironía, el de "Pepe, Pepito, Pepa que viene Merkel. Trabajo cualificado en Alemania", que explica muy bien múltiples avatares a los que uno se enfrenta cuando decide venirse a Alemania y el de "Berlunes", que reparte asiduamente ácidas críticas a diestro y siniestro (además de ofrecer una interesante bolsa de trabajo). Todos ellos llevan mucho más tiempo contando "las verdades del barquero" y me han inspirado de una u otra manera, así que es de ley citarlos aquí. Si te estás planteando  emigrar, te recomiendo muy seriamente echarles un vistazo, así como también a este excelente artículo de Spaniards.es, el cual suscribo de principio a fin. Disculpadme aquellos a los que no hago mención, seguro que hay más pero estos son los que conozco por ahora.

Por todo lo dicho este blog pretende dar otra visión de las cosas, una perspectiva realista en la que el fracaso también existe. Y no sólo existe. Además no tiene porqué ser necesariamente algo negativo, sino uno de los mejores instrumentos de aprendizaje para el ser humano. De hecho, a mi me ha enseñado muchísimo. Ese es el motivo de haber escogido semejante título para el blog. Voy a ser crítico con muchas cosas, pero sobre todo autocrítico, práctica por desgracia poco frecuente en nuestra sociedad gobernada desde el principio del "y tú más". Esto, sin embargo, no implica que sólo vaya a hablar de fracaso, naturalmente. Dependerá del ánimo que tenga ese día, pero habrá sitio para hablar de lo bueno, de lo malo y de lo regular. Generalmente irá en relación con la emigración, aunque no descarto tocar otros palos también. Alemania es mi lugar de destierro, y por eso acaparará casi todos los focos, pero estoy convencido de que las historias son totalmente trasladables a otros paises. De ahí que considere este no como un blog de emigración a Alemania exclusivamente, sino más bien de emigración a secas.

Quiero dejar muy claro que no soy un experto en nada (mucho menos en blogs, así que perdón de antemano por los fallos que cometeré). Este blog no va de eso, no pretendo sentar cátedra. Aquí voy a dar simple y llanamente mi opinión (¡para eso es mi blog!) y contar mis experiencias, que no serán siempre coincidentes con las de otra gente, por supuesto. Así pues, no entraré en los típicos debates vacíos tipo "...pues yo conozco alemanes que son más salaos que muchos españoles...". Ya adelanto que muchas veces diré cosas que no gustarán; si buscas corrección política, este no es tu sitio. En caso contrario, si además de leer te apetece participar y comentar de forma constructiva, considérate bienvenido. Por último, salta a la vista que la apariencia del blog es muy sencilla (por no decir cutre). Ya he dicho que no soy un experto y, además, espero que lo importante sea el contenido. Le daremos un lavado de cara más adelante si procede.

Esta experiencia arranca sin muchas pretensiones. No me gusta prometer lo que no puedo cumplir. No sé cada cuánto escribiré (lo haré cuando me apetezca) ni hasta cuando (supongo que mientras tenga algo que decir y alguien que me lea). Sólo sé que de momento aquí empieza esto; ya veremos lo que da de sí.